Después de dejar atrás Phoenix, condujimos hacia el suroeste.

La frontera de Lukeville con Sonoyta es de las más pequeñas que hay, pues la idea fue dormir en un tráiler park en el desierto a unos 10 kilómetros de la frontera, para cruzarla bien temprano el día siguiente.


No entiendo por qué, ni exactamente cómo, me caí enferma esta vez.

Habíamos estado 3 semanas en Phoenix, yo dando unas clases gratuitas a la asociación local de flautistas de pico amateur. De todos los lugares en Estados Unidos, aparte de Alaska, allí es donde he sentido una conexión real y bonita con la gente.


La luz de Arizona es notable, por cierto. El tono de su azul es diferente que en otros lugares, realmente muy bella, como es arrojada sobre la tierra, los edificios, los cáctuses. Cruzar aquel desierto llamado Organ Pipe National Monument fue todo un espectáculo: los cáctuses tiene forma de tubos de órgano, y conjuntamente llenan el paisaje en aquella hermosa luz.


Hizo mucho calor cuando llegamos al tráiler park. Casi no había nadie más que nosotros. Di una caminata por el desierto entre aquellos cáctuses tan extraños, pero ya me empezaba a encontrar mal. La luz del puesto del sol fue extraordinaria; rosas, púrpuras, amarillas, naranjas... Los cáctuses y la tierra bañados en los diferentes colores de la luz. Estar en medio del desierto es una sensación única...


La temperatura bajó considerablemente. Mi dolor de cabeza subió en igual medida. Casi nunca tengo dolor de cabeza, pero esto era algo de medidas desconocidas. Sinusitis. En mi vida he tenido sinusitis. El dolor de cabeza era omnipresente toda aquella fresca noche.


Pasamos la frontera y el dolor de cabeza sólo aumentó. Aquellos dos días, conduciendo a través del norte de México, pasé en gran parte semiconsciente, con la cabeza apoyada sobre un cojín sobre la mesa. Apenas pude ver aquel mundo extraño, nuevo, pobre, peligroso...